Cuando realicé
búsquedas similares en el imprescindible Google, me topé con una serie de artículos
que hablaban de cómo la gente te toma a partir del color de tu cabello o, lo
que es peor, cómo “es” tu personalidad si los genes te regalaron cierta
tonalidad. Dejando de lado aquellas generalizaciones esotéricas, esto me hizo
recordar una pregunta que cierta tarde me hice mientras regresaba a casa: ¿Qué
tanto de esa esencia de cada persona se pone en manifiesto cuando de cuidado
capilar se trata?
El cuidado
capilar no es una obligación, como es obvio. Muchas personas no utilizan
productos más allá del champú, a veces por desinformación, a veces por falta de
ganas o de posibilidades. A veces, incluso, porque el cabello se mantiene
perfecto con una rutina así de simple, como le ocurre a mi mejor amiga (Green
envy through my veins…). A pesar de esto, mi tendencia general fue la de
considerar que, quienes no prestaban atención al pelo que les crecía en la
cabeza, eran unos bichos raros: ¿Quién no anhelaría portar una melena
envidiable y perfecta como la de los elfos del mundo de Tolkien?
La respuesta es
que todos. Si a cualquier persona se le apareciese un genio de la lámpara y le ofreciese tener el cabello más hermoso del mundo, diría que sí aun si nunca le
importó el estado del mismo: total, ¿qué habría de perder? Sin embargo, la
diferencia está en que, para muchos, el cuidarlo implica un tiempo gastado innecesariamente. Y,
aunque amo mi cabello, y ustedes probablemente sientan lo mismo por
sus respectivas madejas, debemos admitir que tienen toda la razón.
Si dejásemos de
cuidar nuestros cabellos, estos dejarían de verse tan bien como lo hacen ahora.
Pero, a la vez, el dejar de usar monerías como tintes, permanentes, tenazas,
planchas, secadoras y otros haría que este se mantuviese relativamente sano
naturalmente, por lo que no moriríamos. Es más, si nos rapásemos como parte de
una epifanía, no pondríamos en riesgo nuestra salud orgánicamente hablando, y
es ahí adonde voy: el gran daño reposaría en nuestra psiquis.
El tiempo que
invertimos en las rutinas de cuidado capilar nos trae diversas satisfacciones:
la de vernos mejor, la de sentir que hemos cumplido con una responsabilidad, la
de percibir un mayor control sobre nosotros mismos en una inexorable e
intrínseca búsqueda de perfección (¡Ah, obsesivos!, me incluyo ahí…), y la lista
continúa. Es innecesario en cuanto a que no es de vida o muerte, pero no es
tiempo desperdiciado en tanto que lo invertimos en algo que nosotros, dentro de
esa individualidad esencial que mencioné al comienzo, consideramos importante.
Por lo tanto, estimados
lectores, somos nosotros los bichos raros, aquellos que gastan dinero en
productos capilares en vez de usarlo para ir al cine, aquellos que se levantan
una hora más temprano para mimar sus cabellos, aquellos que a veces miran los
cráneos ajenos con pena ante lo deplorable de sus cabelleras y que se sienten
como reyes bajo las luces intensas que reverberan sobre sus cabezas. Pero
debemos recordar que opciones son opciones, y nosotros no somos culpables de
sentirnos bien con lo que hacemos tanto como ellos no son culpables de sentirse
bien sin utilizar cepillo en las mañanas.
Qué cursi, por dios... |
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